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Este libro me ha fascinado y decepcionado a partes iguales. Estuve varias semanas esperando antes de hacerme con él y tal vez me lancé sobre su contenido con demasiadas ansias. Y ya se sabe lo que pasa cuando las expectativas son demasiado altas… Antes de nada, vamos a ver qué pinta tienen la portada y el argumento:
Patricia Ayala llega a una pequeña isla de origen volcánico situada al sur de Madagascar atraída por un trabajo muy bien pagado: atender a una anciana de frágil salud. Su intención es permanecer allí algún tiempo, el suficiente para ahorrar todo lo que pueda y olvidar una de esas relaciones que hacen de la vida de pareja lo más parecido al infierno en esta tierra.
La anciana Rose Hansson vive retirada en una residencia que la gente del lugar conoce como La Construcción, situada junto a una laguna cuyas aguas penetran las habitaciones centrales a través de canales y piscinas. Patricia intenta adaptarse a las peculiares costumbres de la anciana y del personal de servicio que la rodea. A Rose le gusta que Patricia se bañe en la laguna enfundada en un bañador blanco. Que nade hasta la torre medio derruida que se alza en el centro de las aguas. Que arroje al agua las naranjas que llenan los cestos alineados en la orilla.
Hasta que un día, mientras se aleja del agua después del baño, Patricia ve que alguien devuelve las naranjas a sus pies. Todos los animales han enmudecido. Solo se oye un gemido, el canto dulce de alguien que conociera la infinita soledad de las criaturas. Y Patricia sucumbe al extraño mundo de Rose Hansson y al gran secreto que esconde La Construcción.